Don Juan Godoy llegó borracho a donde mi
abuela como a las siete de la noche. Desenfundando su pistola la descargó las
balas sobre el mostrador de la tienda y sentenció: -estas balas son para
metérselas a Julio.
Don Juan Godoy Jiménez, hermano de Josefina,
la madre de mi madre. Era naturalmente mi tío. Por la mañana había invitado a
desayunar al teniente coronel Carlos Castillo Armas, pero el caudillo no llegó.
Terminando mayo de 1954, ya era de noche, mi
madre lloraba desconsolada. Aferrándose a la portezuela de un jeep descapotado
del ejército nacional, clamando para que los militares no se llevaran a sus dos
parientes porque seguramente iban a fusilarlos. Eran mis tíos don Florencio
Castañeda y don Juan Godoy. Ellos estaban pensativos y pero tranquilos. Se los
llevaron prisioneros y a los pocos días estaban de vuelta en Sitalá.
Mi tío Juan tenía sus terrenitos heredados,
aunque su prestigio se debía a tramitar papeleo de leyes agrarias. Siempre
había gente sentada en la sala de su casa. Pulcramente vestido, espalda erecta,
pelo plateado, tecleaba su máquina Royal
redactando en papel sellado litigios de persona letrada.
Viendo las balas regadas sobre el gran vidrio
que recubría el mostrador mi abuela asentía: -Sí, Juan Antonio.
El ya no dijo más, salió a la calle borracho
y erguido, con una mueca de locura
asesina o quizá suicida que no tenía
nada de sonrisa. No sé por qué seguí sus pasos por aquellas calles empedradas,
apenas iluminadas con bujías de 25 voltios.
Sitalá está asentada sobre una leve pendiente y él
caminaba calle abajo, yo detrás aunque no tan cerca. Cuando me di cuenta
estábamos en las orillas del pueblo, a una cuadra del puente viejo. Todavía no
eran las ocho de la noche y reinaba completo silencio. Sólo resonaban los
zapatos de mi tío. De repente lo oigo proferir: -indio abusivo, baje inmediatamente
el arma porque, pues usted me debe respetar.
Estaba dirigiéndose a uno de los cuatro centinelas armados de metralleta que
resguardaban el perímetro íntegro de Sitalá. El vigía le contestó desde la
oscuridad: -cuidado se acerca señorito,
porque lo mato. Mi tío aunque hizo ademán de enfrentarlo, burlonamente se encaminó a la cantina del
señor Villeda que estaba frente a la esquina del centinela. Tocó la puerta de
la cantina, abrieron y entró. Rápido cerraron y la noche me envolvió en su
silencio y penumbra.
El destino ya lo tenía elegido para la
violencia final. Cuatro años después mi
tío Juan mató a Mingo Ardón, un muchacho liberacionista y virtuoso marimbero.
Lo mató por llevar al baile de gala a la trapecista del circo.
-Aquí sólo ingresa gente decente de Sitala. Este
salón se respeta. Usted puede quedarse pero la cirquera se va. Mingo agarró amoroso
la mano de la hermosa forastera y don Juan Godoy lo mató sin mayores trámites. Por
eso digo que también los liberacionistas se mataban a fogonazos.
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