jueves, 3 de noviembre de 2011

Con el matón no, tampoco por el guasón

El 6 de noviembre del 2011 es fecha establecida electoralmente para seleccionar quien será el presidente de Guatemala en los siguientes cuatro años. Esta vez hay dos perfiles: uno matón, otro guasón. Si comparo con anteriores procesos, el único punto distinto está en el perfil acusado de los candidatos, tanto así que el resto del evento parece  réplica de anteriores puestas en escenas del sufragio o naufragio, según sea el bote desde donde se mire la votación. Para evitar darle importancia impropia a este protocolo oficial repetitivo afirmo mi abstencionismo, asumiendo sus consecuencias. No son tantas, puesto que apenas piden ser ciudadano por 5 minutos, tiempo del sufragio o naufragio, y de ahí en adelante nada de reclamar ciudadanía. No quiero el derecho al voto  instantáneo y después el deber aguantar ese previsible más de lo mismo. Como todo tiene su causa, mi abstencionismo es por las reglas electorales, las cuales permiten un juego ilícito con dinero cuadruplicado en publicidad lanzada con abuso, ventajas y alevosía hasta con un año de ilegal anticipación. Días de mucho, vísperas de nada, aparte de abundantes anuncios del guasón sobre la pena de muerte y la seguridad con mano dura, cabeza y corazón del matador de gentes. Para instalar dichos espots no era necesario malgastar tantos millones. Retórica sobre la violencia imperante, palabras duras conteniendo fracaso anunciado. Mi abstencionismo es respuesta política por ausencia del Estado en campos elementales como la salud y el empleo. Hospitales públicos inservibles, pobreza y desnutrición para conglomerados humanos. Nuestros candidatos de turno repiten que su gobierno nunca intervendrá en la economía, porque eso corresponde a las leyes naturales del mercado. Falso. Un gobierno capitalista puede  intervenir con fuerza en la economía para cumplir promesas de empleo a millones de jóvenes. No son miles, son millones los menores de 30 años tentados por hacer trabajos criminales y así ganar dinero, otras decenas de miles tratan de emigrar ilegalmente al suelo gringo, sin que el estado guatemalteco participe en resolver acumuladas demandas laborales. En parte es cierto que la economía depende de  inversiones, empresas, oferta, demanda. Pero los dos candidatos ofrecen democracia, no sólo mercado, y  jamás habrá democracia sin empleos que sostengan el trayecto vital de la juventud.  Basta mencionar entonces  la carencia de empleos durante el futuro período presidencial para concluir en que así tampoco habrá democracia,  ni seguridad ni nada nuevo. Viviremos el mismo cuadro miserable de este momento. Por eso y otros motivos mi posición política, como la de muchos guatemaltecos, será abstenerme de votar.  Y no sólo esta vez, sino hasta que cambien las reglas del juego. A grandes rasgos, actualmente en Latinoamérica hay 3 estilos electorales: venezolano, brasileño y mexicano. Para Guatemala aplica el tercero, especialmente por su proverbial vivir fuera del presupuesto nacional es vivir en el error. Estas elecciones, las anteriores y las del 2016 serán en sí mismas irrelevantes por sus rasgos políticamente improductivos. Irónicamente también resulta irrelevante mi abstención, pues invariablemente  habrá ganador gubernamental aunque sin ganar el Poder, porque este ya está totalmente distribuido entre los señores banqueros  de las finanzas, la iglesia con su poderío sobre almas desesperanzadas y los carteles del crimen . Pero este sufragio incluye otra diferencia: el que gana pierde. La población guatemalteca (no digo ciudadanía) está en condiciones suficientemente conflictivas para desbordar el rígido marco legal de un sistema deslegitimado por su misma inoperancia. El referente popular ya es Suramérica aunque las elecciones sigan siendo en clave mexicana.

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