El empate de los dos grandes borrachos no se canceló cuando murieron. La saga proseguirá mientras exista eso que llamamos alcoholismo, o sea hasta el final de los tiempos.
Uno de los saldos existentes es Alcohólicos Anónimos. Cuando asisto a un grupo, generalmente es el mismo, siento la ambivalencia del mensaje en aquellos protagonistas ya fallecidos. Ambos valen igual para mí. No es una ambivalencia mediocre sino en el extremo de los absolutos. El caso es que soy alcohólico, pero no me fío de tal palabra, porque pretende simplificar algo extremadamente complejo. Lo digo por experiencia personal y por observaciones tanto de los grupos como de los compañeros que ahí narran su propia historia..
El grupo es lugar donde algún ser humano utiliza palabras para relatar su alcoholismo. Sólo palabras, pues se presupone que estas tienen un poder catártico, purgante y sanador. Pero no es tan así, porque puede ocurrir : que el hablante se engolosine con sus propia voz, adorando su propio relato interminable, fijado el yo como narciso frente al espejo de aguas quietas. Ese performanece del yo maniatado al lenguaje sucede con harta frecuencia, exhibiendo narcisismo e ineficacia terapéutica. Aún así me ayudo, precisamente porque el colectivo mantiene sus aguas calmas, mientras el enfermo singular exacerba su relato. Esa voz personal es ruido altisonante que se apaga cuando desciende a los oyentes que sentados en su silla de plástico escuchan una antigua saga de dolencias humanas que, por tal condición humana, no serán extraordinarias sino apenas la narrativa de aquellos que por algún motivo han decidido tomar la luz de un grupo como guía para alcanzar aquella deseada sobriedad, quizá inalcanzable. Este ha sido mi caso y me siento tranquilo por no estar injiriendo la fabulosa droga espirituosa. Reconozco que la luz calmada del grupo aminora de vez en cuando las exacerbaciones de mi ánimo. Solamente tranquilidad de abstinencia. Por ahora, con eso es suficiente.
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