Hijodelagranputa aquí mismo te voy a matar. Me tiraron a la palangana del pickup donde ya estaban dos esperando. Me vendaron los ojos. Hijodelagranputa, te voy a matar si no me dan un millón de quetzales por vos Esto es un secuestro. Yo sé que el viejo de tu suegro puede pagar eso, vamos a llevarte a un lugar seguro y vos te ponés al celular para pedir el rescate. Yo sentía que estábamos dando vueltas, no miraba nada y estaba cagado del miedo. Todo el tiempo me lo pasé rezando, los cuatro días que me tuvieron. Ni siquiera comí, sólo rezar, era lo único que me daba fuerzas, aunque sólo fuera en el rato que rezaba. Tenía claro como ocurrió todo: salí de la casa de campo a las seis de la mañana para ver el ordeño de las vacas, porque desde que llegué a la finca me gustó hacerlo. Me levantaba, arrancaba el pickup y me iba por una carretera de tierra que pasa por donde está una tienda pequeña, ahí en el puro monte, una tienda de aldea, donde ya me habían dicho días antes que habían visto ese sospechoso pickup verde. Yo no lo tomé muy en serio pero por aquello de las dudas andaba armado, pero de nada me sirvió cuando vi aquellas cuatro armas apuntándome y aquel tipo gritando que abriera la portezuela. Salí porque si no te mato ahí dentro del camión hijodelagranputa. Me subieron a la palangana, se pusieron a dar vueltas por aquellas tierras de la costa sur de Guatemala, hasta cuando pararon en un lugar que por el olor era un cañaveral. Me pusieron una pistola en la cabeza, me tiraron al suelo y me dijeron que me quedara con el hocico callado. Yo sólo oía machetazos que tumbaban cañas y después hablaron de extender un plástico sobre cuatro cañas que habían sembrado en el suelo ya despejado. No se oía nada de nada, seguro estaba en el mero centro del cañaveral. Hijodelagranputa, esta va a ser tu casa hasta que nos pagués. Ahora hablá con el viejo. Yo me volví a cagar cuando ese que me trataba a gritos y jalones de pelo dijo que él quería un millón, o sea mucho más de cien mil dólares. Ya ves que tu suegro no te quiere, sólo está ofreciendo diez mil quetzales por teléfono. Yo seguía rezando, y al segundo día les había puesto nombre de apóstoles a mis secuestradores, san Juan, san Marcos, San José, sólo al más malo no le puse nombre, siento odiarlo, pero a los otros tres ya los perdoné, y hasta siento que san Marcos era bueno porque me rogaba que comiera y me prometía que todo iba a salir bien, que no me preocupara, pero el sin nombre llegó hasta querer violarme. Abajo los pantalones Barbas hijodelagranputa, porque tengo ganas de coger. Eso fue al tercer día, cuando ya me habían quitado la venda, pero desde el primer día me pusieron Barbas. Sólo así me llamaban. Era de noche cuando me quería violar pero el que me cuidaba lo encaró, callate loco le dijo, dormite y dejá de chingar. Yo estaba cagado del susto y no pude dormir en toda la noche, gracias a Dios que mi suegro les ofreció veintinuevemil quetzales y ellos aceptaron la negociación. El viejo de tu suegro no te quiere Barbas, me dijo el malo, si te quisiera hubiera dado el millón, la pura verdad es que al viejo queríamos agarrar pero vos te atravesaste. Si estás de acuerdo lo matamos y vos te quedás con las finca y las vacas, así de simple. No le contesté solo me quedé pensando. Al cuarto día, por la noche, me soltaron en una carretera asfaltada. Y aquí me tenés vivito y coleando, sólo que sigo pendiente con los secuestradores, porque me comprometí a darles veinte mil quetzales de mi parte después que me soltaran. Ellos me dieron dos días de descanso, pero ayer recibí el recordatorio en mi celular. Recuerde don Barbas, ese fue mensaje de San Marcos, porque reconocí su voz.
martes, 27 de septiembre de 2011
viernes, 23 de septiembre de 2011
Reuniones
Samuel volvió a invitarme para participar en un desayuno con excompañeros de estudios. Es la segunda vez que viene sólo a eso y también la segunda por mi parte en decirle no, enfatizando, tratando de explicarle: no asisto a reuniones.
Samuel quizá sea el último emisario por compañeros de aquellos tiempos cuando estudiábamos magisterio, en realidad estudios para llegar a profesores de educación primaria. Un apostolado, invocándose el apotegma de José Martí: - Y me hice maestro que es hacerme creador. Un credo altisonante, pues siempre ha sido profesión, como cualquier otra. Una profesión de asalariados, mal pagada, que a nosotros nos sirvió en trabajar, obtener salario mensual para estudiar la universidad. Éramos jóvenes, casi adolescentes, y estábamos militarizados luego de un rústico golpe de estado. Al coronel comisionado para mandar en nuestras aulas le llamábamos Veneno. Lo que más recuerdo es eso, lo del coronel Veneno.
Samuel quizá sea el último en venir, y es mejor así. Hace unos cuantos meses tuve que soportar por teléfono la misma invitación; me resultó chocante, la sentí como insensata insistencia, casi como apuesta por ganar la partida. Hacia esos mismos días, alguien que antes fue compañero y ahora es pastor evangélico le pidió a un hermano de su iglesia me invitara. Respuesta inesperada: nunca asisto a reuniones. Así soy. Aprendí a decir no.
No es agradable ni entretenido reunirme con guatemaltecos, mis paisanos. En este país creemos ser sinceros, agradables, graciosos. Para mí que estamos equivocados. Somos descorteses, bulliciosos, no dejamos hablar, interrumpimos, acaparamos o interrogamos sin ton ni son ¿y vos qué? ¿y ese que se cree? Tampoco sabemos escuchar porque nunca nos enseñaron, cada quien se llena la boca contando éxitos y realizaciones de pura apariencia, sin faltar el automóvil modelo del año en curso, ¿el tuyo qué modelo es?. Y lo peor, nadie entre los presentes desperdiciará oportunidad en ponerte ridículo con ocurrencias de mal gusto, chismes, preguntas entrometidas, anécdotas patéticas para provocar risotadas grupales. En eso consiste una reunión con ex camaradas del país. No sé la causa, tal vez resentimientos por tanta historia tan lastimada. Pero si hay malestares, se desaguarán en tales reuniones. Es parte de la fiesta. En fin, así somos y cómo vamos a hacer de otro modo. Con tal de no estar presente en más de lo mismo decidí hace varios almanaques no ir a las llamadas reuniones sociales. Ni esa invitación ni con ninguna semejante. Sin embargo, me encanta conversar, el disfrute, no únicamente la comunicación, pues hay que llegar hasta la comunión de amistad momentánea. A veces logro una reunión así. A veces vivo esa alegría juvenil de convivir enriquecido de gente. No hay edad para tanta alegría. Saludos.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Cuidado con el grupo
El empate de los dos grandes borrachos no se canceló cuando murieron. La saga proseguirá mientras exista eso que llamamos alcoholismo, o sea hasta el final de los tiempos.
Uno de los saldos existentes es Alcohólicos Anónimos. Cuando asisto a un grupo, generalmente es el mismo, siento la ambivalencia del mensaje en aquellos protagonistas ya fallecidos. Ambos valen igual para mí. No es una ambivalencia mediocre sino en el extremo de los absolutos. El caso es que soy alcohólico, pero no me fío de tal palabra, porque pretende simplificar algo extremadamente complejo. Lo digo por experiencia personal y por observaciones tanto de los grupos como de los compañeros que ahí narran su propia historia..
El grupo es lugar donde algún ser humano utiliza palabras para relatar su alcoholismo. Sólo palabras, pues se presupone que estas tienen un poder catártico, purgante y sanador. Pero no es tan así, porque puede ocurrir : que el hablante se engolosine con sus propia voz, adorando su propio relato interminable, fijado el yo como narciso frente al espejo de aguas quietas. Ese performanece del yo maniatado al lenguaje sucede con harta frecuencia, exhibiendo narcisismo e ineficacia terapéutica. Aún así me ayudo, precisamente porque el colectivo mantiene sus aguas calmas, mientras el enfermo singular exacerba su relato. Esa voz personal es ruido altisonante que se apaga cuando desciende a los oyentes que sentados en su silla de plástico escuchan una antigua saga de dolencias humanas que, por tal condición humana, no serán extraordinarias sino apenas la narrativa de aquellos que por algún motivo han decidido tomar la luz de un grupo como guía para alcanzar aquella deseada sobriedad, quizá inalcanzable. Este ha sido mi caso y me siento tranquilo por no estar injiriendo la fabulosa droga espirituosa. Reconozco que la luz calmada del grupo aminora de vez en cuando las exacerbaciones de mi ánimo. Solamente tranquilidad de abstinencia. Por ahora, con eso es suficiente.
domingo, 18 de septiembre de 2011
El volcán
Seguramente a nadie le interesará saber que Bill W. experimentó la luz de su salvación dentro de un hospital para alcohólicos, aunque su visión trascendental fue verse en la cima de una montaña, donde una ráfaga de luz además de iluminarlo le arrancó de tajo su obsesión alcohólica. En ese momento cesó su alcoholismo. Había librado la monstruosa batalla de lo espitriuoso contra el espíritu y había triunfado la luz espiritual, según se lo explicó Carl Jung en una memorable carta que sigue circulando entre los alcohólicos anónimos. En cambio, Malcolm Lowry sigue Bajo el volcán, no asciende a través de la abstinencia, ya ángel caído anuncia con lucidez su propia muerte en los barrancos del alcohol. Lowry puso en balanza los valores abstinentes de alcohólicos anónimos y el valor de la borrachera, y calculando que el peso era igual en ambos platillos, él se decide a favor de las copas como una manera legitima de morir. Y el episodio entre estos dos héroes que no llegaron a encontrarse físicamente, terminó casi al mismo tiempo: Bill W. decidió continuar fumando y lo mató de cáncer un fulminante cigarrillo. Como se ve, final de película estadounidense. Malcolm Lowry sucumbe tal como lo había profetizado, cayendo en los barrancos del aguardiente, con fondo parecido en algún drama de Shakespeare. Muy británico.
sábado, 17 de septiembre de 2011
El cónsul
El cónsul de Lowrry es el equivalente exacto a Bill W. en la experiencia de los alcoholes. Esta afirmación sonará absurda porque quienes hayan leído lo que escibieron ambos borrachos quizá nunca percibieron que los dos dicen los mismos argumentos aunque al final sea para Lowrry que el alcohol como única experiencia espiritual accesible, pues el amor ( princicipio de Bill) si es posible pero no en este mundo. He ahí el drama del empate irresoluble de esos dos grandes borrachos visionarios.
Con dichas palabras queda al descubierto que Lowrry y Bill son siameses fundidos en algún punto irreductible donde los dos borrachos, incocebiblemente, tienen razón, la misma razón fundamental, pero tal vez no se sabrá donde se localiza ese punto de unión donde beber o no hacerlo se mantendrán perpetuamente en estado de empate existencial.
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