martes, 25 de diciembre de 2012

Un hijo bastardo del neoliberalismo comercial



El nudo narrativo de  El patrón del mal está amarrado al propósito de evitar por todos los medios violentos ser extraditado a Estados Unidos. Prefiero mi tumba en Colombia que una cárcel en el extranjero, enfatiza  Pablo Escobar Gaviria. Este culebrón televisivo se cierra con la muerte violenta, mediante policía, del narcotraficante más famoso del mundo, pero antes de cerrarse abre el nudo narrativo a numerosos sucesos, personajes, paisajes, peripecias pasiones. Es el despliegue sensacionalista y emotivo de cualquier melodrama que se precie de serlo y hasta con la falla de fábrica del género telenovelesco:   historia chata y  personajes planos,  así el final aparecerá  previsible desde el inicio, a tal punto que las telenovelas no enriquecen ni la ficción ni los datos documentales. Parecieran hechas para el entretenimiento, pero contienen algo más que las convierte en productos valiosos dentro el mercado cultural. Especialmente los seriales latinoamericanos, los  que cuentan historias acerca de estos países, pues ya sabemos son de maquila transnacional, por ejemplo El patrón del mal  fue ensamblado en Telemundo, productora estadounidense. Esto no quita que sean apetecidas y compradas en muchas partes de la aldea global, como Rusia, Israel, China y tantas partes más. Sin duda, la telenovela como género es uno de los pocos productos de exportación inventados en Latinoamérica, originariamente Cuba, después México, Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil, principales fabricantes.
Al terminar El patrón del mal ya no me propongo ver otra telenovela, ni rosa ni negra ni amarilla. Esa la miré porque contiene la actualidad guatemalteca, aunque nunca se mencione. Me gustaría Avenida Brasil pero no creo que la exhiban acá en Guatemala, pues sería servir un mal ejemplo al público con esa historia de Ignacio Lula logrando que 30 millones de brasileños superaran la mera subsistencia para ascenderlos a la anhelada clase media. De repente se animan con valentía los canales presuntamente guatemaltecos, aunque me sorprendería ver dicho melodrama brasileño, subversivo a los ojos de  nuestros dominadores mediáticos.
Mientras tanto decimos  El patrón del mal  es algo más que entretenimiento para los de abajo. Ese plus  son los coches bomba explotando en las calles, el amor entrañable a la familia extensa más allá del apellido Escobar, hasta cobijar a todos  los del Cartel de Medellín y todavía alcanzar  barrios populares de la ciudad. Ese algo más son la madre fálica y el padre castrado. Soy como usted me hizo, le dice Pablo el criminal a Hermilda, su adorada madre. Ese algo es el humor negrísimo  de poner un personaje llamado Caín que es a la vez predicador bíblico y sicario. Por eso se habla de sicaresca en la narcocultura latinoamericana. Sicaresca es también el enredo del cura católico Gómez Herrera amonestando al patrón como a un servil monaguillo, acto insólito así fuera Escobar fiel devoto del niño de Atocha, porque su santa madre le enseñó a venerarlo.  Sicaresca de cabo a rabo aquel  capítulo donde José Luis Rodríguez,  celebrado  cantante El Puma, resultó echado a patadas por ponerse cariñoso con la esposa del patrón. No sé quién puma es ese, prorrumpió Escobar. 
No todo es picaresca ni sicaresca. Casi todo es violencia, terror, muerte. Miles de muertes por millones de dólares. El personaje clave, el protagonista es el dinero. Mejor dicho, el dólar. Me pego un tiro si en 5 años no tengo un millón, exclama el joven Pablito frente a sus amigos y futuros cómplices. Y no sólo cumplió sino sobrepasó todas las metas del dinero. El billete de los narcotraficantes que no es diferente al de los bancos donde se lava, sino el mismo billete rápido, fácil y abundante del libre mercado neoliberal.