miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mirar telenovelas sin fastidiarse con la televisión

Este 1 de noviembre del 2012 han presentado por canal  7 de Guatemala (pura broma porque la televisora es transnacional) el primer capítulo de El patrón del mal, culebrón de especie  anaconda  colombiana alrededor del sanguinario narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Hoy ya  he visto los 113 capítulos completos,  gracias a las grietas en  la globalización comercial (mal llamada piratería). Esos márgenes del mercado deberían constituir el centro del libre mercado en países pobres , pero mil barreras impiden que los productos culturales lleguen puntualmente y a precios baratos.  Aun con esas adversidades pudimos ver dicha telenovela casi simultáneamente con su difusión original en Colombia, gracias a la piratería.
No voy a juzgar la telenovela, eso será en una próxima nota. Pero gracias al libre comercio informal de objetos culturales obtengo grandes ventajas sobre la televisión. En cuanto cometer piratería es un mal cuento moralista destinado para conciencias ingenuas . Qué me dicen de la piratería gringa del 13 baktún maya que empezó Mel Gibson en  el año 2006 con su película Apocalypto, sin darle ni medio dólar a la etnia quiché guatemalteca, a pesar que la película inicia mencionando como argumento una profecía quiché. Gibson  soltó las amarran para que más gringos tomaran posteriormente por asalto las naves de la industria editorial donde  publican cualquier cosa que se  viene en gana acerca del baktun. El 90 por ciento de esos  libros son de autores blancos, anglosajones y charlatanes. Sirva eso de contra ejemplo para no creer en propiedades intelectuales al estilo filibustero de USA. En la piratería planetaria cada quien agarra y las transnacionales de la cultura agarrarán más.
Volviendo al ejemplo de la telenovela, por mi parte estoy liberado de la publicidad que se come la mitad del tiempo televisivo y asimismo estoy desatado de los cortes brutales cada 5 minutos. No tiene chiste el anuncio de Pizza Hut luego del estallido de un coche bomba en Bogotá. Para ganarle a la televisión ejecuto algo simple:  poner el formato  dvd en la hora que yo decido (independiente del horario estelar obligatorio a las nueve en punto  de la noche por canal 7 y  arrastrarme subliminalmene al macabro noticiero nocturno de las 10 p. m., el noticiero con olor a sangre de los guatemaltecos y guatemaltecas. ). Otra ventaja es que puedo hacer pausas, retroceder  secuencias cuando quiero, especialmente por el sonido que sigue siendo deficiente  en películas y culebrones latinoamericanos, aunque  no tanto como el infame castellano peninsular, pues aquí nadie entiende ese dialecto farfullero de Madrid, al grado que popularmente lo denominamos  gallego, quizá porque suena mal como idioma materno. Pobre Galicia  porque los malsonantes seguramente estarán en Castilla. En todo caso, valga el hablado chileno, mexicano, colombiano, argentino, siempre el castellano hispanoamericano pero nunca el castellano de los "gilipollas"españoles. Volviendo a mis ganancias audiovisuales puedo sintetizarlas así: habiéndose  superado la televisión, estando hoy en la era  postelevisiva  puedo ver placenteramente todos los capítulos de una telenovela ( no miro muchos culebrones, me interesan los de narcotráfico porque narran una cultura predominante) sin tener que sufrir los exactamente 30 anuncios del canal comercial, viejos piratas  patrocinadores de detergentes, comida chatarra, propaganda del gobierno, cerveza brasileña  como babas, vitaminas que son placebos y decenas de marcas más en el  anciano régimen de la televisión.Yo sólo utilizo los discos ya comprados a precios baratos en el mercado informal, un reproductor y una pantalla. Por supuesto existen tecnologías más refinadas para consumidores de gusto exigente.
 Bienvenida sea la piratería a este país siempre por abajo de la línea de pobreza, bienvenida para siempre, pero sin magnificarla porque ha causado atrocidades entre las que se cuentan la liquidación de la industria musical, especialmente la clásica. Mucho he buscado a Shostakovich, pero ese músico tonante no truena sus  timbales en un mercadito de barrio  para la plebe. Al final de cuentas siempre salgo compensado:  la última vez conseguí una buena película de un país que se llama Eslovenia.