Nuevamente es diosa de la muerte, fertilidad y vida como en los tiempos antiguos. Diosa que exige sacrificios humanos, corazones todavía palpitantes escurriendo sangre. Madre de todos los dioses y de las criaturas destinadas "porque en verdad para esto nacimos, hemos venido a esperar el trabajo de nuestra muerte", según relata en idioma nahuatl el indio Juan Diego. Se transforma Guadalupe. Divinidad con metamorfosis. Tal vez eso sean sus apariciones en el mundo superior, la tierra natural y xibalbá de los muertos, tres pirámides escalonadas.
La cronología dice algo al respecto: primero fue Cuatlicue, aquella con falda de serpientes, diosa mesoamericana adorada desde México hasta Costa Rica que entonces eran una sola tierra de gente originaria; después fue nombrada Tonantzin con sus mismos atributos de siempre, eso durante el señorío azteca; de repente sobrevino la mutilación sanguinaria de imágenes mesoamericanas por conquistadores castellanos, quienes sobrepusieron la católica imagen de Guadalupe. Todo ocurrió en el transcurso de diez años. Y ahora estamos ante la coexistencia plural de divinidades con variada procedencia en tiempo y espacio. Tener asimismo la impresión de estar nuevamente con Coatlicue en este momento. Presencia de sangre, sacrificios, santa muerte y también fertilidad, aunque parezca absurdo. Vientre de prodigiosa fertilidad, aun pareciendo ausente la protectora Guadalupe. Solamente esperar su costado femenino y compasivo "¿Acaso no estoy aquí, yo que soy tu madrecita?" prometió con dulzura.
Hablando de vírgenes, debe notarse el hecho mexicano del desplazamiento de la virgen de los Remedios, virgen de los conquistadores vencida por Guadalupe, luminosa en el monte Tepeyac a la vista de Juan Diego arrodillado, indio campesino salido del pueblo común. Guadalupe ha llegado a ser reina de México y emperatriz de América, y aquel dudoso Juan Diego un santo en la ley católica, a pesar de las advertencias del respetado fraile Bernardino de Sahagun en el siglo XVI: "Cerca de los montes hay tres ó cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos es aquí en México ..... y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los Dioses, que ellos la llamaban Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa..."
No soy guadalupano, ni cristero ni siquiera religioso, aunque me interesan las cuestiones relativas a la divinidad. Me atrae ese indecible mundo de símbolos, sagrado y libidinal a la vez, mundo del deseo sublimado, delirio y éxtasis, impulso primario hacia lo absoluto. Como guatemalteco me sorprende que los mexicanos hayan restituido su diosa primordial mesoamericana "Señora mía, noble señora, muchachita mía, no disguste yo a tu rostro, a tu corazón", palabras de Juan Diego, en apenas diez años posteriores a la conquista de 1521. No me acostumbro a una diosa-mujer, sea como ella se llame, pues en Guatemala predominó Santiago como patrono de los caballeros conquistadores. Santiago no es dios, pero si una deidad de la guerra contra los indios, igual lo fue contra los moros y otros idólatras del diablo. Nuestro imaginario católico guatemalteco está centrado en un hombre-dios llamado Cristo de Esquipulas que, valga aquí la anécdota, en 1954 fue ascendido a general dentro las tropas mercenarias organizadas por estadounidenses para derrocar un gobierno comunista enemigo del cristianismo. Aquí se entronizó un dios fálico con su progenie de padrastros políticos sobre Guatemala. La profecía cristiana se ha cumplido tortuosamente en varios tramos de nuestra desgarrada historia. Sin embargo, por el lado indígena, mesoamericano, pervive una divinidad masculina que también se transforma en mujer y hasta en abuelo protector. Maximón se llama ese dios amable y temible, como será toda divinidad digna de serlo. Tiene su sede principal a las orillas del lago de Atitlán pero como anda de un lado para otro puede hallarse en cualquier parte del campo o la ciudad. Deidad polimorfa adorada por indios y mestizos, gente trabajadora y honrada, urbana o rural, aunque sea el patrón preferido de las putas, delincuentes y la policía secreta. A Maximón le gusta jugar alegremente el mero viernes santo y le gustan mucho las flores como a nuestra Guadalupe. Son divinidades inexplicablemente vivas, junto y cerca del pueblo, capacitadas para cambiar de forma en el transcurso del tiempo. Productivas de sacrificios, con su asombrosa fertilidad donan vida y muerte. Cuesta comprender algo así por medio de conceptos europeos impuestos. Yo tampoco lo entiendo, pero sé que son divinidades vivas, articuladas a cierta filosofía, lógica propia, religiosidad nativa para experimentar lo sagrado. Y aunque no entienda nada, mis respetos.